La pluma del cormorán

Letras, escritores, pintura

Los cakis junto a las tumbas Ming, de Gary Snyder — 19 May 2024

Los cakis junto a las tumbas Ming, de Gary Snyder

Gary Snyder es un poeta, escritor, amante y gran protector de la naturaleza, que formó parte de la Generación Beat, aquella que inmortalizó Jack Kerouac en su libro En la carretera, On the road, y después en Los vagabundos del Dharma, donde está representado por el personaje Japhy Rider. Aún vive en en las estribaciones de la Sierra Nevada norteamericana.

Snyder nació hace 94 años en San Francisco, ejerció los más diversos trabajos, desde guarda forestal a fogonero y mecánico en los barcos. Vivió en Japón once años donde se convirtió al budismo que ha practicado toda su larga vida. Ha escrito ensayos y poesía, casi todos ligados al paisaje y la naturaleza cuya concepción es opuesta a nuestra tradicional visión de que se tratan de una propiedad nuestra, a nuestra merced, esa idea que surge de la Biblia y que han perpetuado tanto el capitalismo como el socialismo: que la naturaleza es explotable hasta la saciedad. Gary Snyder, por el contrario, piensa que somos sólo los inquilinos de la naturaleza. Afortunadamente, en Europa ya estamos avanzando en esa actitud, sin caer en el catastrofismo y visión apocalíptica de algunos ecologistas ultras.

Su poesía es directa, clara, cuenta sus andanzas por montañas, durmiendo al raso o en tiendas de campaña que vibran con la brisa del amanecer, de sus estadías en Kyoto, de poetas japoneses olvidados pero magistrales. A menudo se detiene en cosas aparentemente triviales, los faros de un automóvil (“caligrafía de las carreteras de Los Angeles”), conducir una Volkswagen Camper desde Canadá, los cristales de la escarcha, el olfato en la cumbre de una montaña, lo esfuerzos de una ascensión, “besando al amado en el pan, labio con labio”, lavar a su hijo Kai en una sauna, cambiarle los pañales (Changing diapers). Tiene, además, largos poemas taoístas de sus viajes y estancias en Asia, cantos a los indios americanos de los que ha aprende. Se sabe que en 1992 realizó lecturas de sus poemas en España, de las que, desgraciadamente, no tengo más detalles. Su último libro, por ahora, creo que es Mountains and rivers without end, Montes y ríos sin fin (escrito entre 1956 y 1996). En España está publicado por Varasek (“La práctica de lo salvaje”, 2016), y por Árdora (“La mente salvaje”, 2016).

Como en todos sus viajes, lo humano es para él lo esencial. El turismo, por el contrario, se ha convertido en una serie de selfies (de self, uno mismo, egoísmo, narcisismo de nuestra propia imagen), de consumo puro sin tener en cuenta a los habitantes, a los moradores, incluso despreciándolos, como he visto muchas veces en España, Portugal, Marruecos, Senegal, donde el turista va arrogante, con dinero, superior, conquistador, indiferente, sin ceder ni el asiento a las ancianas del lugar.

De entre sus poemas, recojo y ensayo una versión del dedicado a los cakis. En realidad, dedicado al hombre como muchos de sus poemas en los que con la excusa de la descripción del paisaje está expresando un humanismo. Los cakis, los huertos, los que los cultivan, sobreviven al poder omnímodo de emperadores, son más importantes que sus tumbas, aunque éstas puedan ser el pretexto de los turistas que van a verlas y, al final, comen los cakis que los vendedores venden al borde del camino. El caki es para mí el recuerdo de mi padre, que lo plantó en 1955 y aún da abundantes, deliciosos frutos todos los noviembres sin que nadie lo cuide pero todos lo respetamos, solitario en medio del olivar.

Los cakis

En una cañada entre dos collados

las plantaciones de cakis

hojas de óxido rojo en octubre,

ocre y bronce por tierra

bajo las ramas duras y finas

de noble madera de lento crecimiento

que precisa de tanto nitrógeno

y siete años para fructificar,

y de mucha agua todo el verano

para que den tanto y tan buen fruto

esos huertos este otoño.

Recogidos en anchos cestos

de ligera trama,

montones de cakis recién cogidos

todavía en el suelo.

Con triciclos

de pedaleo fácil y lento camino abajo,

“color ocre oscuro” de poniente

en cada fruta y un destello del

verano en la parda tierra otoñal,

los cakis vienen

como en corrientes, en más triciclos,

para ser descargados

a lo largo de la carretera

expuestos en la grava por los vendedores.

Los de la arruga alrededor del centro,

Tamopan, dulces cuando blandos,

maduran de arriba para abajo.

Cakis y huertanos

en los arcenes,

en la temporada, un saldo, una cosecha

de años, la paz de

este otoño, de nuevo familiar,

y de pronto, por sorpresa,

las tumbas de los emperadores Ming.

Huertos de cakis

rodean los túmulos

de unos reyes que los cuidaron

hasta en los años estériles,

a quienes, idos ya y vacíos,

los cakis han sobrevivido.

Pero en los cerros

por donde serpentea la Gran Muralla

talaron los robles para leña y carbón

en tiempos de Genghis Khan.

El pueblo y los cakis sobreviven.

Anduve hoy por la Gran Muralla,

entré en una oscura tumba.

Encontré un caki

maduro en el fondo,

entre los que había en una tosca bandeja

trenzada de mimbres

que parecía dibujada por Mu Ch’i.

Palpando su tierna piel

para asegurarme de que estaba maduro,

el viejo ríe

al ver que me gustan esos cakis.

Le doy unas monedas

a cambio de esta riqueza de fruto otoñal

expuesta en la carretera para venderla a los turistas

que han venido a ver tumbas,

y a quienes se les ofrece también

el pueblo y los árboles que perviven.

The persimmons

In a cove reaching back between ridges

the persimmon groves:

leaves rust-red in October

ochre and bronze

scattering down from the

hard slender limbs of this

slow-growing hardwood

that takes so much nitrogen

 and seven years to bear,

and plenty of water all the summer

to be bearing so much and so well

as these groves are this autumn.

Gathered in yard-wide baskets

of loose open weave

with mounds of persimmons just picked

still piled on the ground.

On tricycle trucks

pedaled so easy and slow down the lanes,

“Deep tawnie cullour” of sunset

each orb some left from the summer

glowing on brown fall ground,

the persimmons are flowing on

streams of more bike-trucks

 til they riffle and back up

alongside a car road

and are spread on the gravel by sellers.

The kind with a crease round the middle,

Tamopan, sweet when soft,

ripening down from the top to the base.

Persimmons and farmers

a long busy line on the roadside,

in season, a bargain, a harvest

of years, the peace of

this autumn again, familiar,

when found by surprise at

the tombs of the dead Ming emperors.

Acres of persimmon orchards

surrounding the tumuli

of kings who saw to it they kept on consuming

even when empty and gone.

The persimmons outlive them,

but up on the hills

where the Great Wall wanders

the oaks had been cut for lumber or charcoal

by Genghis Khan’s time.

People and persimmon orchards prevail.

I walked the Great Wall today,

and went deep in the dark of a tomb.

And then found a persimmon

ripe to the bottom

one of a group on a rough plaited tray

that might have been drawn by Mu Ch’i.

Tapping its infant-soft skin

to be sure that it’s ready,

the old man laughing,

he sees that I like my persimmons.

I trade him some coin

for this wealth of fall fruit

lined up on the roadside to sell to the tourists

who have come to see tombs,

and are offered as well

the people and trees that prevail.

¿De quién es el paisaje? — 10 May 2024

¿De quién es el paisaje?

II JORNADAS DE ESTUDIOS SOBRE LA SIERRA DE SEGURA

En La Puerta de Segura (Jaén) se han celebrado estas jornadas, con más de cien inscritos y una gran participación del público en los coloquios. El catedrático Luis Ayuso, Juan Carlos Martínez, y el Ayuntamiento han sido los organizadores.

Ésta es mi contribución:

Tiene Cazorla nieve,

y Mágina, tormenta,

su montera Aznaitín. Hacia Granada,

montes con sol, montes de sol y piedra.

Antonio Machado

ÍNDICE:

  1. Qué es el paisaje. El paisaje es un concepto inmaterial, una invención del hombre sensible, del arte, de la literatura. Es una emanación de la naturaleza sin utilidad en sí mismo.
  2. De quién es, quién tiene derecho al paisaje, que excede del concepto de propiedad privada para ser algo de lo que disfruta el ‘contemplador’.
  3. Cómo protegerlo cuando la técnica tiene un poder destructor titánico, y la propiedad privada o pública atiende más a la producción que a la estética, el valor histórico y cultural.
  1. QUÉ ES EL PAISAJE

Es una osada pretensión hablarles del paisaje a quienes lo viven a diario, lo conocen, conocen los árboles, los montes, y viven en un lugar privilegiado de sierras y grandes espacios. Hablar del paisaje podría ser innecesario porque todos sabemos -o creemos saber- lo que es paisaje. Pero ese conocimiento primario no siempre viene acompañado con una acción protectora.

El paisaje es la expresión visual de la naturaleza, pero es algo más que la naturaleza porque existe sobre todo en nuestra mente y nuestra sensibilidad, es subjetivo porque depende de nuestro gusto estético. Es luz, color, sombra, olor, murmullo de los árboles y canto de los pájaros, es inmaterial, intuición y contemplación, como el arte. Es lo que asoma, es la imagen y representación de la naturaleza, del país. No siempre ha sido reconocido como un bien, sino como algo que estaba ahí, sin más.

  1. ‘Descubrimiento’ del paisaje.

En el hombre primitivo, muy cercano a la naturaleza, ya existía una cierta adoración del paisaje: un gran árbol, una montaña, un río. Todo eso está documentado por la arqueología, la etnología y la historia. Pero para el hombre moderno, separado cada vez más de la naturaleza, tuvieron que ser los artistas quienes nos revelaran el paisaje. Los del Renacimiento reconocieron la naturaleza como objeto de arte, pero sería sobre todo el Romanticismo el que elevó la estética de la naturaleza a una categoría casi similar a la ética y a la política.

Los anglosajones, británicos, alemanes, norteamericanos fueron los precursores y por eso los paisajes ‘ideales’ han seguido un cierto modelo, un cierto estereotipo, como de postal suiza, con frecuencia calcado de los países donde primero se protegió: montañas, verdor, lagos románticos. Así se formaron unos estereotipos y prototipos del paisaje que en el fondo son puros prejuicios. Porque hay que preguntarse si hay un canon. No lo puede haber, un yermo, un desierto, unos roquedales también son paisajes dignos de preservar y de respetar. Hay paisajes industriales muy interesantes que no podríamos definir como bellos (¿son acaso bellas las pinturas negras de Goya?) pero hay que protegerlos como muchas zonas mineras abandonadas de Linares o de Peñarroya. El paisaje es también historia.

La identificación del arte o del paisaje sólo con lo que es bello, verde, ‘espectacular’, es estrecha y es el producto de una estética hedonista, de lo que nos da placer, pero no es suficiente para definirlo. El concepto de belleza natural es, pues, subjetivo y relativo. No conoceríamos la belleza si no existiese la fealdad, como no conoceríamos la libertad si no existiese la esclavitud, la tiranía. Del mismo modo que, tras un incendio, echamos de menos el monte que nunca habíamos apreciado ni cuidado. Es una belleza frágil, fácil de destruir y a veces, irrecuperable; algunos pesimistas sostienen que de la belleza de un paisaje o una comarca sólo queda lo que los hombres no le hemos podido quitar.

Los pintores españoles han prestado al paisaje menos atención que los flamencos, alemanes o ingleses. No tenemos un Hobbema en nuestro Siglo de Oro, ni a un Constable o Turner en el siglo XIX. Los pintores españoles ponían más su acento en la figura humana, en el carácter más que en el paisaje. Es sólo a finales del siglo XIX cuando el paisaje empieza a ser valorado como protagonista, no sólo como escenario o tela de fondo, en la pintura española y en el XX tenemos excelentes paisajistas, algunos no muy lejos de aquí, como Zabaleta, Cristóbal Ruiz o Benjamín Palencia.

En nuestra literatura encontramos algunos escritores que han defendido con tesón el paisaje y la estética de la naturaleza: Jovellanos, Unamuno, Azorín, Pío Baroja, Josep Pla, Miguel Delibes, Julio Llamazares y pocos más. Salvo excepciones, los intelectuales españoles no han prestado mucha atención a este problema y ni la estética de las ciudades ni el paisaje han sido de su interés. Es curioso, por ejemplo, cómo Joan Fuster, tan agudo y pertinente en la crítica cultural y social, no tuvo unas líneas sobre el desastre que supuso el turismo para las costas valencianas, como en su propia ciudad, Sueca.

No es pues de extrañar que si ni los escritores ni los artistas prestasen mucha atención al paisaje, el pueblo, las autoridades, la Administración pública no lo tuvieran tampoco en cuenta en la ordenación del territorio y en el urbanismo.

La importancia callada del paisaje la vemos todos los días en nuestras pantallas: para describir una guerra, una catástrofe o un lugar deseable, siempre se acompaña de las imágenes del lugar, sea una zona quemada, destruida por la sequía o por una inundación, o en el idílico paisaje de la propaganda turística. Estamos, in percatarnos, sumergidos en las imágenes de los paisajes del planeta, sean bellos, sean infernales.

B. Utilidad o sensibilidad.

El problema reside en seguir una lógica utilitarista o una lógica se sensibilidad, en atribuirle un valor, no un precio. Debemos pasar, para valorar el paisaje de la doctrina de los fines a la doctrina de los valores. Tenemos que desterrar la falsa idea de un yo separado del Universo, separado, por tanto, del espacio, porque eso ha llevado a considerar que la Naturaleza es explotable, incluso saqueable, que el hombre es antagónico a la Naturaleza. Decían ya los antiguos que había que identificarse con la Naturaleza (parere Naturae), obedecer a la naturaleza y no destruirla.

Recordemos la división clásica entre Natura naturans, la dinámica, que se crea y se transforma por la meteorología, la geología, y Natura naturata o Naturaleza pasiva, explotable. Podríamos añadir, desgraciadamente, la Natura desnaturata, la desfigurada,  destruida, la contaminada.

La lógica utilitarista parece haber tenido su origen en esas palabras de Yaveh a Noé después del diluvio:

Bendijo Dios a Noé y a sus hijos diciéndoles: “Procread y multiplicaos y llenad la tierra; que os teman y de vosotros se espanten todas las fieras de la tierra, y todos los ganados, y todas las aves del cielo; todo cuanto sobre la tierra se arrastra, todos los peces del mar, los pongo todos en vuestro poder. Cuanto vive y se mueve os servirá de comida, y asimismo os entrego toda verdura”. (Génesis, 9, 1-3)

El capitalismo y el socialismo también siguieron esa lógica de la explotación, del dominio absoluto de la naturaleza, cuyas consecuencias estamos viendo. Hoy, el llamado capitalismo verde ha querido -y eso ha sido bastante positivo, necesario, pero no suficiente- atribuir un precio a la naturaleza, como por ejemplo ¿cuánto cuesta una playa? En el caso del paisaje esto es mucho más intuitivo, etéreo porque nadie sabe lo que vale un paisaje, ni cuál es su finalidad. Eso ya era un progreso porque durante años, desde el primer impulso de los años sesenta, nos dedicamos a construir, a utilizar los recursos naturales sin tasa ni límites, derogando incluso las normas urbanísticas para poder edificar más volumen -y a menudo con mal gusto- en las costas españolas lo que ha resultado en su fatal e irreversible deterioro.

C. Productividad o improductividad

La pregunta que debemos hacernos es si los paisajes son productivos o improductivos. Por ejemplo, la cumbre del Yelmo, que no absorbe carbono, no hay agua, no ‘produce’, pero sirve para plantar un horroroso bosque de antenas. Desde una perspectiva utilitarista, la naturaleza y su expresión, el paisaje, son perfectamente explotables.

Pero si le negamos el valor al paisaje nos pareceremos a esos que consideran una estatua por su peso, por el mármol o el bronce que contienen. Como cuando una persona de una ciudad ve un bello prado y un ganadero ve solamente pasto. Sería la misma pregunta que podríamos hacernos de ¿para qué sirve una catedral gótica, para qué sirve la catedral de Burgos?

Como dice el filósofo portugués António Vieira (Ensayo sobre el término de la historia, Lisboa, 2009):

“Ninguna mirada desinteresada consigue lo Incaracterístico (el Mundo de hoy, el Poder) por el espacio y lo que le rodea, solamente una mirada interesada filtrada por el interés: en una montaña ve el beneficio de los minerales a extraer; en un río, la fuerza motriz que creará energía; … en un bosque, la materia prima del papel donde serán impresos hasta la náusea sus discursos…”

El paisaje apela a valores inmateriales, por así decirlo, metafísicos: sensibilidad, placer visual, placer intelectual, a algo ligado a la conciencia. Nuestro lado emocional tiene que entrar en juego, como decía el filósofo alemán Hans Jonas, “debe afectarnos de tal modo que pueda motivar mi voluntad y ser receptivos a ello”, al paisaje. Ese es el sentimiento de la responsabilidad.

El paisaje no es indispensable para la supervivencia, es un concepto, por así decirlo, metafísico. Es natural, pero también artificial porque las aldeas, las construcciones, los perímetros de las poblaciones son también paisaje. Además, por supuesto, de lo que hoy se llama paisaje urbano. Abarca lo natural y lo artificial: el paisaje construido por el hombre puede ser monumental, como el Duero portugués con sus viñedos, o el mar de olivos que contemplamos desde la Loma de Úbeda.

D. El paisaje nocturno.

Hay que incluir en la protección de la naturaleza la del paisaje nocturno, que es a veces abrasado por la contaminación lumínica de ciudades y pueblos. En Europa ésta ha aumentado un 50% en lo que va de siglo. En España, que es uno de los países con mayor contaminación lumínica, existe la Asociación Cel Fosc, Cielo oscuro, que trabaja con la IDA, International Dark Sky Association, que señala los siguientes daños:

  • Deterioro del medio ambiente nocturno
  • Perjuicio a la vida natural y a la salud humana
  • Derroche en el consumo eléctrico
  • Emisión de CO2 y otros contaminantes por generación de energía

E. El turismo.

Pero ahora ha llegado el turismo, ese delirio turístico que todo lo pretende devorar, con ese afán de convertir todo en producto turístico y en destino turístico. El turismo ha actuado como señuelo, como depredador aunque también ha funcionado, diríamos indirectamente, como protector. El consumidor se convierte en espectador. El turismo considera el paisaje solamente como un producto venal, a la venta, se protege el paisaje porque es rentable.

II. DE QUIÉN ES

El principio de responsabilidad es el punto de partida de la ética. Pero hemos considerado siempre la ética como una relación entre personas, de reciprocidad,

Esto ya ha ido cambiando con el deber de proteger los bienes para las siguientes generaciones así como el derecho a la naturaleza y al paisaje.

Recordemos incidentalmente, cuál es la oficina pública a la que damos más importancia en estas tierras: no son los Ayuntamientos, sino el Registro de la Propiedad y, con él, la Notaría. Lo que no está registrado no se puede vender, ni hipotecar ni comprar ni se puede proteger.

¿Por qué? Porque en el fondo creemos que sólo somos lo que tenemos. Y lo primero que nos preguntamos ante un objeto, un campo, un bien mueble o inmueble es : ¿para qué sirve? Un ejemplo de cómo el concepto de propiedad privada puede ser nefasto es el daño causado por las dos Desamortizaciones, la de Mendizábal y la de Madoz, que permitió que nuevos compradores de tierras de la Iglesia o de los Ayuntamientos talasen sin ningún sentido enormes pinares, como por Pontones o Santiago de la Espada, también fomentó la plantación de olivares rozando los montes que hoy, paradójicamente, sirven casi de cortafuegos naturales y han creado un nuevo paisaje.

El derecho de propiedad es el derecho sobre las cosas por excelencia, es el más extendido y más antiguo. Es el dominio completo y exclusivo de una persona sobre una cosa corporal. Era el derecho a usar, disfrutar e incluso destruir. La propiedad no es absoluta. Desde los tiempos del Derecho Romano las limitaciones clásicas a este derecho eran las que afectaban al derecho de los vecinos y las de interés público (por los cauces de agua, el urbanismo y las vías de comunicación, principalmente).

La idea del progreso, gemela de la idea de propiedad, se basa más en una cierta arrogancia del ser humano, que cree que puede todo, sin más límites que los del mercado. Es una idea identificada con más producción, más bienes, más despilfarro, y ha sido fatal para la naturaleza y más aún para el paisaje, porque a éste, como no se le ha puesto precio, se supone que no vale nada. Explotar la naturaleza ha sido siempre considerado como algo útil para mejorar la vida humana. El PIB, curiosamente, no incluye todos esos valores sin precio, sólo lo que se produce, se compra y se vende.

El concepto de propiedad privada o pública no es el mejor protector del paisaje ni de la naturaleza. Del campo, sean llanos o montes, se ve sobre todo su productividad, su utilidad pecuniaria. El concepto de progreso, de productividad ha perjudicado al paisaje que, por definición, no es productivo. Por eso, la propiedad no es una garantía suficiente para el paisaje -inmaterial, subjetivo, intuitivo- pues el dueño, al fin y al cabo, tiene libertad para explotar, usar, servirse de, beneficiarse de su propiedad. Ello puede ir contra la estética, contra la belleza. Y la propiedad pública también puede cambiar de criterio estético o por mero interés electoral y cambiar zonas protegidas en zonas edificables, como hemos visto en toda nuestra historia de costas y lugares emblemáticos donde se han permitido construcciones, urbanizaciones sin respeto por la naturaleza ni por el paisaje.

Lo mismo que en la sociedad tiene que haber un equilibrio entre libertad y seguridad, entre el derecho y el deber, entre el orden y el libre albedrío, así en la naturaleza. La protección de un paisaje, que es un bien inmaterial, puede chocar con una libertad legítima pero que no es absoluta, del propietario de un terreno, de un monte, de un olivar, de bienes claramente muy materiales y utilitarios. Por eso se pueden imponer limitaciones.

Otra figura jurídica interesante es la posesión, que es el ejercicio de un derecho que se manifiesta por determinados actos y que se puede aplicar a todos las cosas susceptibles de propiedad, pero no a las cosas incorporales. Es el poder de hecho sobre una cosa, aunque no se sea propietario.

¿Podemos ser posesores del paisaje sin ser sus propietarios? En ese sentido, el Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas es poseedor, como lo fue la Orden de Santiago y luego los Montes de Marina. Los propietarios privados estaban sometidos a determinadas limitaciones, como hoy, por interdictos. Los propietarios de derecho no detentan todas las atribuciones del derecho, las detenta el Parque. Se comprende cuando los moradores y vecinos dicen que se sienten desposeídos, lo que conlleva que se sientan desentendidos y por tanto que se desentiendan, dada la forma de gestión del Parque. Esto ha tenido consecuencias positivas, es verdad, como declarar zonas protegidas, como una cierta protección en el Parque Natural de las Sierras de Segura, Cazorla y Las Villas, pero ha hecho de la zona un mero recurso turístico.

Pero donde no hay una especial protección, ¿quién protege el paisaje? Ese ha sido uno de los problemas de estas figuras protectoras, administrativas, que parece como si fuera de la demarcación y de su zona de influencia no hubiera limitación ni condición alguna a la propiedad.

III.        CÓMO Y CUÁNDO PROTEGERLO

El paisaje es un objeto necesitado de protección jurídica. Hasta hace poco, sólo la existencia de algo, que se basaba en qué produce, era objeto de protección, pero hay que superar la idea de que sólo es sujeto protegible lo que produce algo. Se ha dado la paradoja en España de que lo mejor conservado ha sido lo que estaba fuera del mercado, los bienes de la Iglesia, del Ejército (Cabañeros, Las Bárdenas Reales, la costa de Zahara de los Atunes, los islotes del Estrecho, por ejemplo)

Ya en el Fuero Juzgo, del año 681, reinando don Sisnando, se establecieron normas para proteger los montes en el segundo Título del Libro VIII:

De las quemas é los quemadores (si algún omne enciende monte aieno, ó árboles de qual manera quier, préndalo el juez…)

De los dannos a los árboles, é de los huertos, é de las miesses, é de otras cosas.

  • De la enmienda de las árboles taiadas
  • De vinna taiada
  • De los setos taiados, ó quemados
  • Si algún omne taia monte aieno
  • Del ganado que faze danno en las miesses

Pero, como vemos, estas normas todavía se refieren sólo a la propiedad, a lo ajeno, no al concepto de bien común, a lo estético.

En la Constitución española de 1931 se mencionaba el derecho al paisaje y la obligación de protegerlo:

Artículo 45.- Toda la riqueza artística e histórica del país, sea quien fuere su dueño, constituye tesoro cultural de la Nación y estará bajo la salvaguardia del Estado, que podrá prohibir su exportación y enajenación y decretar las expropiaciones legales que estimare oportunas para su defensa. El Estado organizará un registro de la riqueza artística e histórica, asegurará su celosa custodia y atenderá a su perfecta conservación. El Estado protegerá también los lugares notables por su belleza natural o por su reconocido valor artístico o histórico.

La Constitución Italiana así lo considera en su título de los Principios Fundamentales: -lo que no ha impedido los ecomonstruos en muchas costas-: Art. 9 La Repubblica promuove lo sviluppo della cultura e la ricerca scientifica e tecnica. Tutela il paesaggio e il patrimonio storico e artistico della Nazione. Tutela l’ambiente, la biodiversità e gli ecosistemi, anche nell’interesse delle future generazioni. La legge  dello Stato disciplina i modi e le forme di tutela degli animali.[1]

Por su parte, la Constitución francesa lo ha incluido en su Preámbulo :

Le peuple français proclame solennellement son attachement aux Droits de l’homme et aux principes de la souveraineté nationale tels qu’ils ont été définis par la Déclaration de 1789, confirmée et complétée par le préambule de la Constitution de 1946, ainsi qu’aux droits et devoirs définis dans la Charte de l’environnement de 2004.

Recordemos, en fin, que el Convenio Europeo del Paisaje entró en vigor el 1 de marzo de 2004 y España lo ratificó el 26 de noviembre de 2007 ( BOE de 5/02/2008), estando en vigor desde el 1º de marzo de 2008.

Por “paisaje” se entenderá cualquier parte del territorio tal como la percibe la población, cuyo carácter sea el resultado de la acción y la interacción de factores naturales y/o humanos.

Con la participación activa de las Partes interesadas, de conformidad con el artículo 5.c y con vistas a profundizar en el conocimiento de sus paisajes, cada Parte se compromete: 

a. i a identificar sus propios paisajes en todo su territorio

ii a analizar sus características y las fuerzas y presiones que los transforman

iii a realizar el seguimiento de sus transformaciones

b. a calificar los paisajes así definidos, teniendo en cuenta los valores particulares que les atribuyen las Partes y la población interesadas.

Cada Parte se compromete a definir los objetivos de calidad paisajística para los paisajes identificados y calificados, previa consulta al público…

A pesar de tanta norma, que se acata pero no se cumple (eso tan español que ya denunciara Salvador de Madariaga), el paisaje no está protegido debidamente. Julio Caro Baroja ya denunció el ‘envilecimiento estético de España’ hace más de cincuenta años, pero si viviera estaría aún más horrorizado. Esto es lo que ha demostrado con datos incontrovertibles Andrés Rubio en España fea, un libro que ya va por cinco ediciones en el que denuncia lo que considera el fracaso más grande de la democracia. Debería ser leído por los ocho mil alcaldes de España. En otros países no ha sido así, se ha cuidado mucho el paisaje rural y el urbano, y quiero mencionar lo que llamo el patriotismo estético portugués (lo que nos recuerda que hay un elemento afectivo en la base de la ética).

Las normas implican limitación y prohibición, pero no convirtamos su protección en algo meramente negativo, represivo. Tiene que haber transparencia, comunicación, participación, de forma que todos nos sintamos implicados y no sólo mandados, multados. El modelo únicamente sancionador y punitivo no es el más indicado y así vemos cómo muchos agricultores europeos se rebelan contra las limitaciones impuestas desde lejos, desde los despachos de la Unión Europea sin contar suficientemente con ellos.

En Jaén tenemos un modelo de protección: el Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas. Constituyó un avance para proteger la naturaleza, cuyo beneficio desborda los intereses de los municipios y se extiende a toda la Comunidad Autónoma y a todo el país, incluso a Europa, porque forma parte de la Red Natura 2000. Abarca 214.000 hectáreas, ocupa parcialmente territorio de 23 municipios pertenecientes a tres comarcas diferentes, la Sierra de Cazorla, de la que un 40% es terreno del parque, la Sierra de Segura, conforma el 70% de este Parque, y la Comarca de Las Villas. Su Plan Rector de Uso y Gestión se puede consultar en 338 densas páginas: https://www.juntadeandalucia.es/boja/2017/246/4

Este Plan ha dado origen a una multitud de órdenes y normas, no siempre bien divulgadas ni conocidas (aunque es claro que la ignorancia de la Ley no excusa de su cumplimiento). Para conocer las normas no basta con internet y no tenemos fácil pues es materia enjundiosa, en un lenguaje tecno-burocrático prácticamente incomprensible, muy difícil de abordar. Por ejemplo, esta frase:

“Elaboración de una capa vectorial con la zonificación del P.N Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas definida por el PORN de 1999, que corresponde con los distintos grados de protección y usos asociados al territorio protegido bajo la figura de Parque Natural”.

Esta falta de transparencia genera inseguridad jurídica pues el habitante nunca sabe si se expone a una sanción cuando hace algo.  Porque lo que percibimos en el Parque siempre es lo negativo, la sanción, lo que no se puede hacer, no las supuestas ventajas de vivir dentro del Parque.

No se cuenta con los moradores, imponiéndoles trabas y cargas sin compensación ni participación, con una total opacidad, sin comunicación, sin diálogo, todo con el ordeno y mando y una visión prohibicionista de la ecología, lo que ha puesto en contra en toda Europa a muchos agricultores y ganaderos. La ecología debe ser positiva y no sólo de. prohibición. Entiendo que la gestión del Parque debe pasar más por un contrato social, por un acuerdo con moradores, propietarios, agricultores y ganaderos.

El Derecho, a pesar de muchas normas (de las cuales, como se ha dicho, bastantes son papel mojado), aún no está a la altura para proteger el paisaje, como sucede con la Inteligencia Artificial, la manipulación genética, la prolongación o la terminación de la vida) que no tienen todavía la regulación necesaria, útil, eficaz.

Al no ser el derecho de propiedad garantía suficiente de protección de un bien incorporal, inmaterial, improductivo en sí como es el paisaje, hay que buscar otra fórmula para proteger la estética. La protección del paisaje se basa en un principio distinto al de que sustenta la protección de la naturaleza. La naturaleza la debemos proteger para asegurar la producción, el agua, la atmósfera, por un principio de utilidad, objetivamente evaluable (y aún así no lo hacemos). La protección del paisaje se basa en algo mucho más etéreo, difuso, inasible.

El principio de responsabilidad, se reitera, precisa de una limitación al libre albedrío, a la voluntad, lo mismo que las normas que limitan la propiedad, como las urbanísticas (limitar alturas, espacios libres e incluso la estética, aunque ésta, vistos los horrores arquitectónicos frecuentes en nuestras ciudades y pueblos, es bastante dudoso pues los Ayuntamientos no velan de verdad con criterios estéticos. La responsabilidad exige:

  1. Tomar conciencia del valor inmaterial del paisaje.
  2. Establecer normas claras y concretas de protección y prevención.
  3. Reparar el daño causado.

Nos hemos centrado siempre en una ética antropocéntrica, de persona a persona, entre los hombres. Los derechos y obligaciones eran de persona a persona y en el presente, o de la sociedad a persona y a la inversa, era una ética de reciprocidad. La ética del paisaje no es recíproca, es mucho más compleja, está dirigida a todos y no sólo en el presente sino hacia el futuro.

Por último, pero no menos importante, hay otro factor, además de la norma: el tiempo. Por dos razones: por la urgencia de actuar (éste corre más rápido que el paisaje, por ejemplo, el Cerro del Pavo se quemó hace 25 años y ahora empieza a cubrirse de árboles de nuevo) y porque actuamos no sólo para nosotros sino para las futuras generaciones. Tres factores deben hacernos apresurarnos:

  • El incontrovertible cambio o desorden climático que todos los científicos reconocen;
  • los enormes medios mecánicos, titánicos, de que disponemos, de tal envergadura que el riesgo de destrucción es mayor que nunca, al haberse roto el equilibrio ancestral entre hombre y naturaleza. Las enormes dimensiones de la acción humana, de la actividad económica son un riesgo para los no-sujetos, como la naturaleza y el paisaje, para los animales y, en definitiva, para el mismo ser humano.
  • Y que ya no existe la excusa de la ignorancia pues tenemos el saber previo, somos conscientes del daño que causamos y además podemos controlar y equilibrar nuestro desarrollo pues ya no nos acucia la miseria.

La prevención y la ordenación, así como reparación del daño son todavía posibles. Cuando no conocíamos, la ética de la naturaleza podía ser considerada sólo una mera virtud, casi un puro idealismo; hoy, es además nuestra obligación y, aún más, una corresponsabilidad de los ciudadanos, los empresarios (las servidumbres eléctricas y de telecomunicaciones son unos de los atentados y amenazas más graves al paisaje) y los poderes públicos que velan por el interés general.

La responsabilidad por lo que se ha de hacer y el deber hacer del Poder es la obligación del político (que como se ha presentado y ha sido elegido, ha decidido asumir ese papel de responsabilidad), y también la responsabilidad ética del ciudadano, del propietario, la llamada ética de la naturaleza. El paisaje debe ser protegido por los particulares, por los ayuntamientos que son muy cercanos, por las Comunidades Autónomas, por el Estado. Proteger el paisaje es civismo y es civilización.

RESUMEN

El concepto de paisaje es inmaterial, es mucho más amplio que el de naturaleza y no es un producto turístico.

El derecho de propiedad, privada o pública, no es garantía suficiente para preservar y restaurar el paisaje.

Hay que instaurar el principio de responsabilidad es de todos, de los ciudadanos, de los empresarios y agricultores, pero sobre todo de las administraciones públicas que tienen el poder político y administrativo.

La urgencia es precisa para la protección ante las fuerzas titánicas de la técnica, ante los intereses económicos desbordados y ante el desorden climático; y para la restauración por la lentitud en restaurar, cuando es posible, el daño causado por catástrofes causadas por el hombre o por causas naturales.

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

II Jornadas de estudios sobre la Sierra de Segura

La Puerta de Segura, 9 de mayo de 2024

Terenci Moix fue de viaje (1968) — 4 May 2024

Terenci Moix fue de viaje (1968)

En la librería de viejo de la Plaza de Santa Bárbara siempre se encuentra algo. Así, acabo de descubrir un libro perdido, Olas sobre una roca desierta (Onades sobre una roca deserta), de Terenci Moix, que fue Premio Josep Pla en 1968.

Es un libro de viaje, o viajes, y una especie de recorrido sentimental, que va de Francia (Caen, París, Cannes) a Italia y a Londres, con un personaje inventado, Oliveri Serra i Codolar, que ve, contempla y reflexiona, culto unas veces, otras desenfadado, con una frescura que ya no se estila. Nos devuelve al mundo del arte, del cine, del amor juvenil de aquellos años que algunos miran hoy con nostalgia (¡ah, la terrible madame Nostalgie!).

El primer libro que leí de Terenci fue, allá, por el verano de 1972, El día que murió Marilyn, digno de releerse. Me lo prestó una amiga, Charo Maravall, y desde entonces siempre tuve un gran respeto por este escritor, aunque no haya apreciado ni leído todos y cada uno de sus libros. Moix sabía de muchas cosas y de cine, más. Y no presumía, simplemente aludía, como de paso, a referencias históricas, artísticas que en este libro, encontrado por casualidad, refulgen y le dan una vivacidad a su viaje que hacen de él un tomo felizmente inclasificable. No es novela, como nos advierte, tampoco el diario pesado del viaje de monumentos y turismo cultural. Es como un pedazo de vida estampado tal un collage que se convierte en un fresco extraordinario, vívido, de esos años de antes del Mai 68, de cuando Barcelona era el foco cultural de tantos españoles que ansiábamos libertades, la política, la sexual, la cultural, todas, y Francia nuestra meta.

El libro está sembrado de ironía fina, de no tomarse en serio ni en la felicidad (“el amor es una mentira”, dice) ni en la contemplación del arte o de las ciudades, que observa con perspicacia y gracia. Pinceladas sobre los paisajes urbanos, pintores, libros, sobre lo que ve y oye, sobre conversaciones de pedantones y de escritores o poetas inventados, como el inefable Jeroni Oleguer de Campdepadrós, invento de aquella mujer extraordinaria y creativa que fue Maria Aurèlia Capmany (con cuya semblanza Salvador Espriu ensanché bastante mi conocimiento del poeta). Sus páginas sobre el cine, de Cannes, donde acude al festival, de la Cinémathèque, sobre escritores (por ejemplo, Henry James) son imperdibles. Siempre ve algo que nos ha pasado desapercibido y con invulgar percepción:

Mi lista de recuerdos está llena de ciudades a las que amo únicamente por haberlas descubierto de noche, cuando el mundo duerme y yo me siento como sumergido en un decorado gigantesco, en un gran complejo escenográfico dispuesto para representar en él una gran ópera, y que nadie ha explorado antes que yo.

Era otra época de Francia y de Italia, de una Barcelona cuyos escritores, poetas y artistas eran una imán para nosotros, madrileños algo inquietos. Estaban más cerca de Francia y de Italia, eran más cosmopolitas, abiertos, europeos, eran como otra conversación, otra perspectiva, como si los Pirineos no existieran para ellos, en fin, les neiges d’antan.

Terenci Moix (1942-2003) conocía, como su hermana, a medio Barcelona y en estas páginas, como un diario de viaje fechado y localizado, va evocando su ciudad y a muchos amigos, sus lecturas siempre bien traídas a colación, sin erudición falsa, al compás de sus paseos por calles francesas o italianas. Hasta hay un recuerdo de la biblioteca de su padre, “colecciones como ‘Els nostres clàssics’ (de inolvidable cubierta blanca con cenefas doradas); la “Bernat Metge”, de los grandes clásicos griegos y latinos en ediciones muchas veces bilingües; la “Catalònia”, con buenas obras…”.

Ana María Moix (1947-2014), publicó también mucho: relatos, poesía y entrevistas breves y atinadas con semblanzas de los personajes y de su entorno. Todas siempre con un rasgo de humor y hasta de impertinencia, de distancia discreta y sin el consabido listado de preguntas y respuestas, sino en las que los personajes hablan por sí mismos.

Este libro nos genera una cierta sensación de que, si hubiéramos sido más inteligentes y tenaces, como Moix, podríamos haber reflejado nuestras andanzas, no tan bien como él, pero algo parecidas. Hubiéramos inventariado una época de nuestras vidas, unas sensaciones que ya no se repetirán, de unas ciudades todavía no agobiadas por las masas de turistas y de unos amores inocentes e incipientes. Un libro para guardar y releer que bien mereció el premio Josep Pla.

Jardines en tiempo de guerra, de Teodor Ceric — 27 Abr 2024

Jardines en tiempo de guerra, de Teodor Ceric

“Volver a la tierra, hacerse uno con ella, identificarse, y hablar por fin su lengua, no, mejor, ser su lengua”,

Cuestas, un jardín abandonado tras unos muros
que desbordan de buganvilias, madreselvas;
en un cruce, una fuente de piedra
inservible, seca ya y polvorienta,
recuerdo de años prósperos, municipales.

(del poema ‘Lisboa‘, del autor)