Descolados muebles viejos
Serví a la polis,
-era muy joven-,
entendía obligatorio
ganar la libertad.
Me signifiqué,
moderadamente,
nada héroe,
en aquellos años grises,
ira y violencia de los grises,
indolencia de burgueses.
Vivimos una ilusión
un activo pesimismo,
en tierra ardua,
esquiva y poco grata.
Hasta que nos hicieron saber
los ‘nuestros’,
que volvían,
que sobrábamos,
acudían al festín
de ausentes vencedores.
Y fuimos despachados, despedidos,
el servicio a la ciudad
se hizo fútil.
Discretos nos apartamos pues
nunca pedimos palmas ni laureles
ni cobramos intereses,
evitando sacristías y capillas,
Hoy somos viejos lastres
que esa homónima nos llama.
Y vemos pasar insolentes,
contoneados en eslógans,
a esos nuevos redentores,
falsos rebeldes,
cuando ya todo es fácil,
ya el camino fue allanado.
Rodeados de cámaras y aplausos,
narcisos del consumo,
las redes
los recogen y protegen,
falsos acróbatas de un circo
pagado por el Estado,
que malbaratan, descomponen,
creyendo así sacar
a la España -que desprecian-
de la incuria y la miseria
que se inventan
para justificar sus medicinas
y toxinas.
Picos de oro y verborrea
adoctrinan con las cámaras
a este pueblo
que tanto adulan
cuanto ignoran.